Por: Amalia | Cuba con Amalia
Motivada por la curiosidad, he buscado información sobre las normas que rigen el otorgamiento de los Premios Nobel. He tratado de esclarecer una duda que me corroe desde hace tiempo: ¿puede ser revocado en caso de que el premiado no siga las premisas del galardón o actúe de forma que contradiga los motivos por los cuales recibió el premio? Y para mi decepción encontré en un artículo que esta posibilidad sería solo un mito, pues en realidad no existen normas para suspender la otorgación.
El Premio Nobel se otorga cada año a personas que hayan hecho investigaciones sobresalientes, creado nuevas técnicas o equipamientos revolucionarios o hayan contribuido de manera notable a la sociedad. Los premios se instituyeron como última voluntad de Alfred Nobel, inventor de la Dinamita e industrial sueco. Su otorgamiento tiene amplia repercusión, pero lamentablemente no siempre ha sido justo, como es el caso del Premio Nobel de la Paz otorgado al presidente norteamericano Barack Obama en octubre de 2009 , de manera coincidente con su decisión de reforzar las fuerzas militares estadounidenses que intervienen en Afganistán. Cuando no había pasado ni un año en el cargo, sus gestos le llevaron, de manera prematura, a ser galardonado. Se le reconocían “sus esfuerzos” por conseguir un pacto para el desarme nuclear, por impulsar el proceso de paz en Oriente Medio y fomentar la lucha contra el cambio climático.
Han pasado ahora casi cinco años desde aquel octubre y cada vez que leo o escucho una noticia relacionada con la política exterior liderada por Obama, ratifico mi opinión sobre lo inmerecido de este premio. Por citar solo un ejemplo, hace unas semanas el galardonado presidente avalaba el derecho de Israel a defenderse, a pesar de que ese derecho fue ejecutado bombardeando indiscriminadamente a civiles y ocasionando centenares de víctimas, entre ellas la de un número importante de niños inocentes.
En la Academia Militar de West Point, Nueva York, en mayo último el presidente norteamericano pronunciaba un discurso en el que abordó, entre otros temas, el de la hegemonía de Estados Unidos en el mundo:
“Rara vez hemos sido más fuertes que ahora”, aseguró. “Quienes argumentan lo contrario, los que sugieren que Estados Unidos está en declive o ha visto escabullirse su liderazgo global, están malinterpretando la historia”.
Y como colofón expresó:
“Permítanme repetir un principio que he propuesto desde el principio de mi mandato. Estados Unidos usará la fuerza militar, de manera unilateral si es necesario, cuando nuestros intereses fundamentales lo exijan, cuando nuestro pueblo se vea amenazado, cuando nuestra subsistencia esté en juego, o cuando la seguridad de nuestros aliados esté en peligro”.
Probablemente olvidó las miles de personas que han muerto como consecuencia de los ataques con drones a territorios como Paquistán y Yemen (países a los que no ha declarado la guerra), los ingentes gastos en ciberataques o las operaciones no convencionales en países como Libia, Ucrania y Siria, donde ha respaldado a las bandas armadas.
Para el caso de Cuba, blande el novelado presidente, una estrategia diferente, no usa armas, pero no se dedica precisamente a cimentar de la paz, sino que recrudece la ofensiva para lograr el “cambio de régimen” es decir, para subvertir el orden constitucional y social de la Isla reemplazando al gobierno de la revolución por un protectorado norteamericano que cierre el paréntesis (según la derecha imperial) abierto el 1º de Enero de 1959.
Para el logro de tan innoble finalidad apela al terrorismo financiero, empequeñeciendo en este terreno a su indigno predecesor, George W. Bush. No sólo ha mantenido el ilegal, inmoral y criminal bloqueo en contra de Cuba, sino que en los últimos meses ha redoblado su patológica agresividad al imponer durísimas sanciones a bancos de terceros países por el imperdonable pecado de participar en negociaciones o transacciones comerciales originadas en, o destinadas a, la isla caribeña.