#Cuba Una visión de la crisis de los balseros de 1994 en su veinte aniversario

Por Siro del Castillo[1] Investigador independiente, Miami.

A mediados de 1994, después de varios años de un continuo incremento en el número de balseros cubanos que eran rescatados por los barcos de los Guardacostas de los Estados Unidos en el Estrecho de Florida, el surgimiento de dramáticas y no convencionales salidas ilegales de Cuba se hicieron comunes. Haciendo crisis con los intentos de secuestrar en distintas oportunidades barcos remolcadores de la bahía de La Habana. Este incremento era resultado, por un lado, de la grave situación económica del país, originada entre otras cosas por la desaparición del antiguo mundo comunista de Europa oriental y por otra, del incumplimiento por parte de los Estados Unidos del acuerdo migratorio de 1987, en virtud del cual el gobierno de los Estados Unidos se comprometía a otorgar hasta un máximo de veinte mil visas al año. Sin embargo, entre 1987 y 1994 solamente se habían otorgado 11 222 visas, de un supuesto total de 160 000.

El 13 de agosto de 1994, el entonces Presidente de Cuba, Fidel Castro, ante la actitud del gobierno de los Estados Unidos con respecto a los secuestradores y el aumento en la salida ilegal marítima de los cubanos, anunció, en un discurso, que a partir de ese momento se retirarían los guardas fronterizos de las costas cubanas y se permitiría marcharse del país a cualquier persona que así lo quisiera. Provocando así la mayor crisis de balseros conocida en la historia de este continente. Ante esta situación, la Administración del presidente Clinton ordenó, el 19 de agosto, la intercepción de los refugiados cubanos en alta mar y el traslado de los mismos a un llamado “refugio seguro” en la Base Naval que los Estados Unidos tienen en la Bahía de Guantánamo, al sur de Cuba. Clinton afirmó, en aquel entonces, que no permitiría que el gobierno de Cuba se aprovechara de la tradicional política de “puertas abiertas” para exportar la oposición y utilizar las salidas como una válvula de escape durante una severa crisis económica.

Lamentablemente, los balseros cubanos no serían los primeros caribeños que serían interceptados y trasladados a la Base Naval de Guantánamo. En septiembre de 1981, la administración del presidente Ronald Reagan, ante el influjo de refugiados haitianos que existía en esa época, estableció el programa de interceptar a estos en alta mar para impedir que llegaran a las costas norteamericanas. Se rompía así la larga trayectoria histórica de este país de abrir sus puertas a los perseguidos y necesitados. La mayoría de los haitianos interceptados entre 1981 y 1991, cerca de 22 000, fueron regresados, en contra de su voluntad a Haití y solamente 22 lograron que su solicitud de asilo fuera aceptada y llevados a la Base Naval de Guantánamo, antes de traerlos para los Estados Unidos.

Esta política de interceptación en alta mar fue mantenida también por el presidente George H. Bush. Entre octubre de 1991 y junio de 1992, un total de 36 596 refugiados haitianos fueron interceptados, la mayoría forzados a regresar a su país y los menos llevados a Guantánamo. En 1994, la administración del presidente Clinton continuó con la misma política, pero la modificó en parte, al suspender el regreso forzado de los haitianos a su país, y trasladar a todos los interceptados a la Base de Guantánamo. En mayo de 1994, la Fuerza Conjunta de Trabajo 160 (JTF-160) del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, comenzó la “Operación Señal Marina” (Operation Sea Signal), encargada de la responsabilidad de “alimentar, albergar, vestir y cuidar” a los haitianos que había en la Base, pero a quienes calificaban como “emigrantes” (migrants) y no como refugiados. Entre junio del 93 y noviembre del 94, un total de 21 638 haitianos fueron trasladados y detenidos en los campamentos de Guantánamo.

Localizada en la entrada de la Bahía de Guantánamo, en el extremo sureste de la isla de Cuba, la Base Naval de los Estados Unidos, cubre un área de 71 millas cuadradas, de las cuales solamente 35 son de tierra firme. El terreno de la Base es semiárido y desértico, de mucho polvo, con un clima seco de muy poca lluvia anual y con temperaturas entre los 80ºF (26,6 ºC) y los altos 90ºF (32,2 ºC). La única agua potable en la Base es la que se produce en la planta de desalinización que allí existe.

En el período comprendido entre agosto y septiembre de 1994, en cumplimiento del mandato del presidente Clinton, un total de 32 362 ciudadanos cubanos fueron interceptados en alta mar y trasladados para Guantánamo en los barcos del Servicio de Guardacostas de los Estados Unidos durante la operación “Vigilia Capaz” (Able Vigil). Con la presencia de los cubanos, la población de refugiados en la Base aumentó de forma alarmante a cerca de 50 000. Varios miles de los refugiados cubanos fueron trasladados posteriormente a una base en Panamá.

A la llegada de los refugiados cubanos, los existentes campamentos para los haitianos estaban situados en el área del antiguo aeropuerto de McCalla, en el lado este de la entrada a la Bahía de Guantánamo, sobre la superficie de las abandonadas pistas de aterrizaje. Cada uno de los campamentos se encontraba rodeado completamente por varias de rollos de alambre de púas y guardias militares cuidaban el perímetro de los mismos. Los refugiados vivían en tiendas militares de lona, teniendo como piso la superficie del terreno y para dormir les facilitaron catres de aluminio del ejército. Muy pocos campamentos tenían acceso a agua corriente, lo que limitaba extraordinariamente el aseo personal y sus necesidades personales las hacían en letrinas portátiles. La alimentación consistía, principalmente, en paquetes de comida ya preparadas que se usan en el ejército y por la Cruz Roja en caso de desastres. Las posibilidades de entretenimiento y de educación, en particular para los cientos de niños, eran inexistentes.

Estas limitadas condiciones de vida, agravadas por la frustración ante un futuro incierto que sentían los refugiados haitianos que allí se encontraban, dieron lugar a fuertes protestas e inclusive a pequeñas revueltas por parte de los mismos. Esta situación empeoró con la llegada, en menos de dos meses, de más de 30 000 refugiados cubanos que también se vieron obligados a vivir bajo las condiciones descritas, dado que todos los recursos que se utilizan en la Base tienen que ser traídos desde el exterior, con la agravante de que el único aeropuerto en funcionamiento, queda en el lado oeste de la bahía y todo tenía que ser trasportado por barcos y patanas hacia el lado este, donde se encontraban los campamentos. La infraestructura existente en la Base, al momento de llegar los refugiados haitianos y cubanos, era para 5 000 personas.

Tal incremento de la población le presentó al Departamento de Defensa norteamericano un extraordinario reto logístico y operacional, agravado al ignorar inexplicablemente lo que había pasado en los campamentos para refugiados que se establecieron a mediados de los 70 y en el 80 para los refugiados vietnamitas y cubanos en las bases militares en el territorio de los Estados Unidos y la experiencia que se había adquirido con los errores cometidos en estos lugares.

Para alojar a los cubanos, la JTF-160 estableció más de 25 campamentos en otros sectores de la Base, la mayoría en la zona cercana a la costa y en algunos casos en áreas cercanas a las viviendas de los militares asignados permanentemente a la Base, obligando así al Departamento de Defensa, a evacuar a todos los familiares de los mismos hacia los Estados Unidos por “razones de seguridad”, lo cual creó un fuerte malestar y resentimiento contra los refugiados, con serias consecuencias. En la mayoría de los casos, los campamentos de los cubanos se establecieron en zonas bien áridas, sobre un suelo polvoriento y/o rocoso, rodeados también por cercas de alambre de púas y con las mismas pésimas condiciones de vida, alimentación, aseo, etc., que existían para los haitianos. Al igual que ellos, los recién llegados cubanos, desesperados tanto por las condiciones existentes como la incertidumbre de cuál sería su futuro, realizaron protestas y alguna revuelta.

En octubre de 1994, el Departamento de Estado anuncia las medidas que se habían comenzado a tomar y las que se tomarían en un futuro cercano, para mejorar la calidad de vida de los haitianos y cubanos en el “refugio seguro” de Guantánamo y que reflejan en gran medida la situación precaria y en algunos casos inhumanas que existían y que solamente se veía aliviada por las donaciones de organizaciones no gubernamentales, principalmente religiosas y de la comunidad cubana y del Miami Medical Team en los Estados Unidos. Estas medidas, anunciadas por el Departamento de Estado, describen, en muchos casos, la situación existente:

  • Aumentar en el acceso a agua corriente en todos los campamentos haitianos y el 75% de los de los cubanos;
  • construir pisos de madera para todas las tiendas de campaña;
  • incrementar el ciclo de limpieza de las letrinas portátiles, una por cada 30 refugiados, de una vez cada dos días a todos los días;
  • aumentar el suministro de leche y mejoramiento de las comidas calientes, que finalmente se habían comenzado a preparar y distribuir;
  • desarrollar el cuidado médico preventivo que venían dando primitivamente, los médicos refugiados que se encontraban en los campamentos, dándole mayores facilidades y suministros;
  • abrir facilidades para las mujeres embarazadas y los niños recién nacidos, y
  • algunas otras medidas relacionadas con la comunicación y la información.

Sin embargo, el trato arbitrario y, en algunos casos, abusivo, cometido por algunos miembros de las distintas ramas de las fuerzas armadas que integraban la JTF-160 continuaron.

Para mediados de noviembre de 1994, la mayoría de los refugiados haitianos había sido enviada a Haití, después de la invasión norteamericana a este país y el regreso del presidente Jean Bertrand Aristide. Algunos fueron arrastrados a la fuerza para montarlos en los barcos del Servicio de Guardacostas que los llevaría de regreso a su país, pues muchos sabían de las arbitrariedades y abusos del presidente haitiano durante su mandato. El descenso en la población del “refugio seguro” ayudó a mejorar las condiciones. Sin embargo, el daño emocional ocasionado durante los primeros meses de estadía en los campamentos, como resultado de las expectativas frustradas, las condiciones de vida y las prolongadas restricciones en los campamentos, dieron paso al surgimiento de serios problemas de ansiedad y depresión, tanto en la población adulta como entre los menores que allí se encontraban. Muchos balseros se lanzaron a los campos minados o al mar para regresar nuevamente al territorio cubano y escapar así de aquellas inhumanas condiciones. Otros les pidieron a las autoridades que los repatriaran, acogiéndose a la promesa norteamericana de que si regresaban voluntariamente a Cuba, podrían solicitar su entrada legal en la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana, promesa que en muy pocos casos se cumplió. Repatriación que, además, era muy lenta y desesperante para los que la solicitaban.

Solo el anuncio de la salida hacia los Estados Unidos de los enfermos y de los niños y sus familiares, y la implementación de estas salidas pudieron traer un poco de esperanza para los que allí quedaban. Finalmente, la esperanza se vio culminada con el anuncio de la Fiscal General de los Estados Unidos, Janet Reno, de un nuevo acuerdo inmigratorio con Cuba, en mayo de 1995, por el que todos los refugiados cubanos que se encontraban en la Base, con excepción de las personas con antecedentes penales, podrían viajar a los Estados Unidos. A finales de enero de 1996, el último refugiado cubano había abandonado el “refugio seguro” de Guantánamo. Se cerraba así una página gris en la historia de las inmigraciones a este país. La última época del “refugio seguro” fue muy distinta a la inicial, los campamentos mejoraron, las tiendas de campaña se convirtieron en pequeñas cabañas, cada campamento tenía su propia cocina, dispensario, salón de reunión y esparcimiento, duchas y baños con agua corriente constante, clases para adultos y, lo más importante, se eliminaron las alambradas de púas y se permitió cierta libertad de movimiento.

Si bien la salida del último cubano de la Base Naval de Guantánamo cerró un capítulo de una triste historia, la historia pasada y presente de las inmigraciones ilegales en el Caribe sigue abierta. Pese a que los balseros cubanos generaron una atención extraordinaria por parte de los medios de comunicación de todo el mundo y de su gran impacto en la opinión pública, ellos no son los únicos ni los más numerosos “balseros” del Caribe.

Las estadísticas del Servicio de Guardacostas de los Estados Unidos, de 1995 al 28 de julio de 2014, indican que los dominicanos (31 347) y los haitianos (27 958) han sido más frecuentemente interceptados que los cubanos (26 107) en alta mar. Estos números indican que lo que ha sido interpretado como una “crisis cubana” o una “crisis haitiana” puede en la realidad ser interpretado como una crisis caribeña.[2]

Sin embargo tenemos que señalar, que la existencia de un trato especial para los cubanos que llegan a las costas norteamericanas por parte de las autoridades, se ve manchado por el trato discriminatorio que dan esas mismas autoridades a los dominicanos y haitianos, a quienes deportan sin contemplación. Mientras a un 2% más o menos de los cubanos interceptados, a partir de 1996, se les ha trasladado a Guantánamo para procesar sus solicitudes de asilo, solamente a un puñado de haitianos se les ha dado esa oportunidad, pese al conocimiento que tienen esas autoridades de la situación haitiana a lo largo de estos años. Por supuesto, a ningún dominicano se le ha dado esa oportunidad.

De igual forma, la política de “pies secos, pies mojados” que desde abril de 1999 practica el gobierno norteamericano con los cubanos, es una muestra más del trato discriminatorio que se emplea contra los haitianos. Como también lo es el hecho de que mientras a 34 374 cubanos se les ha dejado entrar a los Estados Unidos con estatus de “refugiados”, entre 2003 y 2012, solamente se le ha permitido venir con ese estatus, a 163 haitianos. Sin embargo, mientras a 12 154 haitianos se le ha otorgado asilo político, entre 2003 y 2012, solamente se lo han otorgado a 1 026 cubanos.

Como también constituye una discriminación que para los cubanos se creara, en noviembre de 2007, el programa de “Reunificación Familiar Bajo Palabra” (Family Reunification Parole Program), que permite a los cubanos reclamados por sus familiares no tener que esperar el procedimiento normal de la lista de espera, aplicado a las personas que aspiran a reunirse con sus familias, pero que vienen de otros países.

Las cifras de caribeños en los Estados Unidos, en particular de cubanos, haitianos y dominicanos, va en aumento, basta solo ver que 1 077 290 han adquirido el estatus de residentes permanentes entre el 2003 y 2012, y 548 062 se hicieron ciudadanos norteamericanos en el mismo período. En este lapso entraron legalmente a los Estados Unidos un total de 4 540 287 haitianos (36,2%), dominicanos (56,7%) y cubanos (7,1%) como visitantes y se sabe que un buen número de ellos permanecerá en este país como ilegales, en un principio. Todo esto sin contar el número de caribeños de otros países que todos los años trata de emigrar legal o ilegalmente a los Estados Unidos.

No cabe duda de que existe una crisis migratoria en el Caribe. Las razones de esta se podrán encontrar si se profundiza en la situación nacional de los países emisores. Para estos caribeños existe también aquello de que si bien pueden ser emigrantes pro dignidad, tienen también derecho a ser tratados con dignidad e igualdad. Las políticas discriminatorias en el trato que el gobierno de los Estados Unidos les da a los distintos grupos migratorios caribeños son inmorales e injustas, y en el fondo de ella existe un fuerte elemento de discriminación racial. Esta política responde, en algunos casos, a los intereses de la política exterior norteamericana y, en otros, a los intereses de los distintos grupos de poder económico y político de los Estados Unidos. Prueba de esto último es el estancamiento que sufre la necesaria reforma a las leyes de inmigración, donde los intereses de estos grupos se sobreponen a las realidades, necesidades y a los reclamos de los más 25 millones de indocumentados que existen en los Estados Unidos y las instituciones, que solo piden para ellos un trato justo, humano y digno.

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