Por Sergio Alejandro Gómez
Desde hace varios años son alarmantes las cifras del flujo migratorio cubano hacia Estados Unidos por la vía Ecuador-Centroamérica-México, pero la crisis desatada recientemente en Costa Rica lleva la situación a un punto de no retorno.
Si hasta ahora los países implicados se hacían los de la vista gorda mientras pasaban por sus fronteras decenas de miles de personas dejando una estela de millones de dólares, el destaque mediático de los últimos días hace casi imposible regresar al punto anterior, incluso si se resolviera el caso particular de los más de 2 500 cubanos varados en Peñas Blancas.
La reunión extraordinaria de los cancilleres del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), a la que se sumarán el próximo martes Cuba, Colombia, Ecuador y México, debe trazar una hoja de ruta no solo para salir del estancamiento actual, sino para evitar que se repita.
Uno de los factores claves de la ecuación, Estados Unidos, que continúa incitando la migración ilegal con su política selectiva hacia Cuba, no ha mostrado intenciones de asistir.
Pero Washington sin dudas sigue con interés lo que sucede al sur de sus fronteras por las posibles consecuencias para su seguridad nacional.
Son muchas las variables en juego, desde la “actualizada” política estadounidense para destruir la Revolución con nuevos métodos y la apuesta cubana por saberlos domeñar, hasta los históricos conflictos regionales de Centroamérica, que incluyen una crisis migratoria muchísimo mayor a la de Cuba pero de distinto signo. Mientras unos se paran ante las cámaras a reclamar que los dejen llegar, otros se escabullen por selvas y desiertos para esquivar las patrullas fronterizas, que no dudarían un segundo en devolverlos a su lugar de origen.
Según el tablero actual, se pueden plantear al menos cinco posibles escenarios del conflicto, con profundas consecuencias a corto y largo plazo.
1. Corredor humanitario
Costa Rica defiende esta idea desde el inicio de la crisis, que precisamente comenzó cuando sus autoridades desmantelaron una red de tráfico de personas y los cubanos comenzaron a apiñarse en Paso Canoas, en la frontera con Panamá.
El presidente Luis Guillermo Solís dijo este viernes que la situación debe tratarse como una “crisis humanitaria” y que su país seguirá otorgando los permisos necesarios para garantizar un paso seguro.
Nicaragua se opone y destaca que cualquier solución “humanitaria” debe incluir a las decenas de miles de migrantes sudamericanos y centroamericanos que están en la misma situación que sus pares de la Isla.
Pero la consecuencia más dramática de esta variante es que abriría una puerta legal y segura para que potencialmente decenas de miles de cubanos distribuidos por América Latina alcancen el territorio de Estados Unidos, a quienes se podrían sumar muchos otros desde Cuba o distintas partes del mundo.
De hecho, cada día que pasa aumenta el número de personas que aspira a unirse al grupo de Peñas Blancas con la esperanza de montarse en lo que puede ser el último tren a Yuma.
Difícilmente Estados Unidos acepte un corredor que los pondría a las puertas de un nuevo Mariel, curiosamente en un escenario electoral similar al que afrontó el demócrata James Carter en 1980. Y con Irán también en el ruedo.
Con Cuba oficialmente fuera de la lista de países terroristas (en la práctica lo estaba hacía tiempo, pues desde la caída del campo socialista el Pentágono dejó de ver como amenaza a una Isla que jamás organizó un ataque contra EE.UU. y una Revolución que reconoció que el contexto actual no era para la lucha armada), sería arriesgado provocar el único problema de seguridad nacional que representa un vecino a solo 90 millas de distancia: la posibilidad de una oleada masiva de personas con cerca de dos millones de familiares del otro lado.
Además, para muchos países centroamericanos sería cuando menos vergonzoso ver desfilar a los cubanos mientras sus propios ciudadanos son perseguidos y deportados.
2. Puente marítimo o aéreo
La posibilidad de utilizar un barco para sortear la negativa de Managua a permitir el paso por su territorio, y dejar a los cubanos en el siguiente puerto del viaje, ya sea Honduras, Guatemala o México, también sonó con fuerza tras los sucesos del domingo, cuando el Ejército nicaragüense utilizó la fuerza para blindar su frontera.
Incluso se ha hablado de que el barco podría viajar directamente hacia los Estados Unidos y evitar todo el trayecto. Incluso se pueden encontrar comentarios en las redes sociales sobre recaudar dinero para tal fin.
La primera opción, dejarlos en otro país, no resolvería nada. Pues los cubanos seguirían llegando a Costa Rica reclamando utilizar el mismo método que los primeros.
Habría que ver si ese país está dispuesto a convertir el flujo de migrantes en un negocio de ferris. Además, cuál de los países restantes se prestaría para el espectáculo.
La segunda opción es aún peor, pues sentaría un peligroso referente.
El viaje en barco hacia Estados Unidos estaría acompañado de un despliegue mediático sin precedentes. Los Guardacostas norteamericanos sabrían cada momento donde interceptarlo, lo cual es su responsabilidad según la ley actual.
Dejarlos tocar puerto y bajar para acogerse a la Ley de Ajuste cambiaría por completo la concepción de la política de pies secos-pies mojados, que consiste básicamente en un macabro juego del gato y el ratón: ser atrapado implica ser devuelto a Cuba, mientras colarse equivale a comerse el queso del “sueño americano”.
¿Estarán dispuestas las autoridades de Washington a cambiar tan drásticamente las reglas del juego solo para afectar a Cuba? La Ley de Ajuste es un mecanismo de la Guerra Fría para desestabilizar la Revolución, no una muestra de humanidad estadounidense; de ser así la hubiesen aplicado en otros casos mucho más dramáticos. ¿O es que los haitianos tienen una ley similar?
La solución por vía aérea tiene básicamente el mismo problema de sentar un referente. ¿Por qué a estos que están allí sí y los próximos no? ¿En qué número se corta la lista de espera? Aunque hay que señalar que existen referentes de puentes aéreos para solucionar crisis particulares.
3. El fin del “sueño americano”
En un trabajo anterior se mencionó la idea de que el 17 de diciembre, para muchos, fue una sentencia de muerte para una Ley de Ajuste que no tiene nadie que la apoye.
Incluso el senador cubanoamericano y aspirante republicano a la carrera presidencial, Marco Rubio, dijo a la AP recientemente que había que revisar esa legislación, pues una persona que viaja a su país de vacaciones no es un exiliado y resulta difícil justificar la excepción frente al resto de los millones de inmigrantes que buscan legalizar su situación en EE.UU.
¿Y si el actual buque insignia de la ultraderecha anticubana piensa eso, qué cosa además de la inercia mantiene en pie a esa reliquia de la Guerra Fría?
A pesar de que la lógica está en su contra, el Departamento de Estado no da el brazo a torcer. “Actualmente no tenemos ningún plan de alterar las políticas de migración” respecto a Cuba, dijo el secretario de Estado John Kerry el pasado 14 de agosto después de la ceremonia de apertura de la embajada estadounidense en La Habana.
“No hay por qué pensar que nosotros estamos pensando diferente. La Ley de Ajuste Cubano tiene más de 50 años de vigencia, no vemos por qué debería cambiar”, ratificó esta semana desde Costa Rica el embajador estadounidense, Fitzgerald Haney.
Si Washington decide aprovechar la coyuntura actual para cerrar a cal y canto las puertas del “sueño americano” para los cubanos, habrá consecuencias a corto y largo plazo, algunas obvias y otras que difícilmente se puedan predecir.
En primer lugar acabará con lo que Cuba ha señalado por décadas como el principal incentivo para la migración ilegal de sus nacionales, lo cual es positivo. Además, ganará algún margen mientras la actual administración estadounidense soluciona sus más acuciantes problemas migratorios.
A corto plazo, los más de dos mil cubanos de Costa Rica tendrían que hacer sus maletas de regreso, con las frustraciones y las deudas de un viaje pagado con préstamos en sus espaldas. Con ellos vendrá también el descontento que han mostrado mediante cortes de carretera y piquetes.
Sin dudas la caldera isleña tendrá mucha más presión si de la noche a la mañana se frustran los planes de aquellos que tenían el presupuesto y la estrategia pensada para asentarse en EE.UU. Está claro que si están decididos, podrían intentarlo en otro lugar. Pero si algo han aprendido los cubanos desde la actualización de la política migratoria en 2013, es que no todos los países son tan “receptivos”.
4. El regreso de la “carta blanca”
Esta es quizás una de las menos probables pero no se puede descartar de plano.
Ante un problema que comienza a afectar a otros países, así como la propia imagen de Cuba a nivel internacional, las autoridades podrían tomar la decisión de volver al escenario anterior a 2013.
Por décadas la “carta blanca” y las “cartas de invitación” funcionaron como mecanismo de filtrado para quienes querían salir del país, pero el Estado asumía el costo político de ser un cancerbero de las ilusiones, cuando en la práctica lo que buscaba era evitar el tipo de incidentes que vemos hoy.
La actualización de la ley migratoria de 2013 fue la ratificación de un derecho ciudadano largamente reclamado y quitarla de un plumazo generaría un descontento masivo.
Una variante de esta opción es que se busquen mecanismos bilaterales complementarios que no hagan tan fácil la migración legal hacia un país sudamericano, como es el caso actual con Ecuador, debido a su concepto abierto de ciudadanía universal sin visados para turistas, u otros países puntuales.
Pero en la práctica sería intentar tapar un dique roto con curitas, y aunque podría tener resultados palpables en el corto plazo, no resolvería la situación.
5. Un nuevo acuerdo migratorio
A las crisis migratorias entre Cuba y Estados Unidos siempre le han seguido acuerdos migratorios para solucionar, al menos, una parte de los problemas, sobre todo aquellos que no convienen a ninguna de las partes.
Así sucedió cuando la crisis de Mariel dio paso a los acuerdos migratorios de 1984 con Ronald Reagan, y en 1995 con Bill Clinton después de la crisis de los balseros.
La situación actual aún no tiene las dimensiones de las dos anteriores pero cuenta con el potencial para desembocar en una igual o peor. Si eso llegara a pasar, la única solución probada es sentarse a negociar.
Y como nunca antes en la historia los diplomáticos cubanos y estadounidenses tienen el mecanismo engrasado para llegar a acuerdos. Se estuvieron midiendo durante cerca de 18 meses de negociaciones secretas en Canadá y otros siete meses en rondas de conversaciones en La Habana y Washington para restablecer las relaciones diplomáticas, y el resultado ha sido, cuando menos, notable.
Si se pudiera acordar que a Estados Unidos no le conviene generar caos en un país tan cercano con el único propósito de destruir su gobierno, las cosas estarían más claras. Pero el historial de las acciones de Washington no habla muy bien: Afganistán, Iraq, Libia, Siria, Venezuela, etc.
Pero si por un segundo se pudiera asumir que eso es así, un nuevo acuerdo migratorio con Cuba que otorgue mayores posibilidades de visas para emigrar a quienes deseen hacerlo y facilidades para aquellos que solo quieren ver a sus familiares y regresar, sería la solución más factible y con un menor costo para todos los implicados.
UN PAÍS PROSPERO Y SOSTENIBLE
Hay una variable que no se ha manejado en específico dentro de los escenarios anteriores porque está presente en cada uno de ellos por igual: los motivos iniciales por los que un grupo importante cubanos tiene planes de abandonar su país, que ha padecido una prolongada crisis económica con causas internas, pero sobre todo una agresión externa que no tiene precedentes, ni en duración ni alcance.
Estados Unidos es el mercado natural de Cuba y la principal potencia económica global. Solo hay que pensar qué país de nuestra región, incluso los más desarrollados, aguantaría el primer round sin lazos comerciales con el norte, al tiempo que se bloquean todas sus transacciones con el resto del mundo.
Incluso antes de que apareciera en el horizonte la posibilidad de ver una relación más civilizada entre La Habana y Washington, con un flujo comercial, turístico y de inversiones activo, Cuba emprendió la actualización de su modelo económico y social.
Y en el éxito de ese proceso, que consume el grueso de las energías de una Revolución que vivirá en los próximos años una transición generacional, está la clave para resolver esta y cualquier otra crisis que se plante en el camino de un país próspero y sostenible.
Tomado del sitio de Sergio Alejandro Gómez en Medium