Por: Marilys Suárez Moreno
La adolescencia sigue siendo la etapa de la vida menos comprendida por los adultos. Casi todos simpatizamos con los niños, los entendemos y nos vemos representados en ellos recordando nuestra infancia. Pero NO sucede igual tratándose de los adolescentes, cuyo comportamiento suele contrariarnos y difícilmente lo identificamos con la imagen de nosotros a esa edad.
Algunos tratan de oponerse a la conducta del adolescente con un rigor excesivo; otros admiten hasta sus acciones impropias como un fenómeno, un mal pasajero. Actitudes erróneas que repercuten en la formación del adolescente, el cual se vuelve conflictivo precisamente a causa de los malos métodos empleados por los adultos que interactúan con ellos y ellas.
No se comprende que la rebeldía adolescente se define por la transgresión desmedida ante lo que les represente límites. Se oponen a lo normado, protestan por todo y se enfrentan sistemáticamente, ya sea con maneras violentos que demuestran su desacuerdo, conductas irreflexivas e insubordinación.
Un niño/a a quien no le educaron los sentimientos, que no lo enseñaron a ser considerado con los demás, acentuará su egoísmo al arribar a una etapa en que una gran carga sicológica lo obliga a concentrarse en sí mismo. Basándonos en las concepciones de los especialistas, diremos que en pocos años la persona transita de la niñez a la condición de adulto, experimentando bruscos cambios biológicos, psíquicos y en el orden social que requieren un reajuste de los mecanismos emocionales. El adolescente se enfrenta a estudios más complejos, asume nuevas responsabilidades y exigencias en todos los planos de la vida. Lo intranquilizan, además, sensaciones antes desconocidas y el afán de libertad.
Las prohibiciones, la necesidad de recreación y el hecho de ganarse un lugar en el grupo, perturban el ánimo de los adolescentes, decididos a encarar las incomprensiones y los desafíos de la vida. A veces manifiestan una conducta recogida en sí mismos, de introspección, una especia de protesta silenciosa. Otras, de enfrentamiento; se muestran rebeldes y hasta violentos en sus acciones. Intentan romper moldes por el simple placer de transgredirlos y no observarlos. Y muchos menos acatarlos.
Los adolescentes son semejantes en todas las épocas, aunque difieren sus formas de manifestarse, incluso, no todos se muestran indóciles en esta etapa. Un muchacho problemático a lo mejor es un incomprendido sin orientación y apoyo, pues hay padres que ven la adolescencia como un fenómeno que se rebasa a su tiempo sin dejar huellas. Grave error que luego se lamentará.
Algo sí deben de tener claro los que tienen uno o varios adolescentes en casa. Lo primero, es no permitirnos proferir ofensas ni agresiones físicas para frenar la indocilidad. En estas edades, los jóvenes muestran criterios propios muy firmes y hasta bien encaminados muchas veces, pues promueven cambios y buscan una identidad personal, lo que es muy positivo. Partiendo de estos juicios, lo aconsejable es mantener una buena comunicación y estrechar los lazos de amor y respeto hacia sus personas.
En esta balanza, la correlación entre lo que decimos y hacemos tiene que resultar exquisita, tanto como el ejemplo personal que trasmitamos. Ni censuras desmedidas ni estímulos innecesarios y exagerados, evitando siempre que se crean que todo lo merecen, pues cuando no sucede, se perturba y rebela.
Comunicación, dialogo, respeto por lo que dice y expresa y una independencia limitada y consecuente con sus actitudes y acciones, en un marco de amor y comprensión, resultan los mejores componentes para ayudarlos a pasar esta etapa sin mayores contratiempos. Dejarlos hacer, sí, pero pedirles cuentas y exigirles por sus conductas les hará crecer espiritualmente y valorarse ante la vida.
tomado de: http://www.mujeres.co.cu/art.php?MTgxMw==