Vista del Parque Vicente García en Las Tunas. Foto: Rosa Miriam Elizalde.
Estoy en Las Tunas, en el Parque Vicente García con colegas del periódico, la radio y la TV. Mientras alguien pasa vendiendo maní, otro toca la guitarra y desafina, muchos se conectan a Internet y gritan por Imo; mientras todo eso ocurre, nosotros transmitimos en vivo por Facebook Live desde Cubaperiodistas y armamos una tertulia interesante, que resumo.
Hay una gran diferencia entre la comunidad y la red: uno pertenece a una comunidad pero la red digital le pertenece a uno. Podemos añadir amigos y podemos borrarlos, controlamos a la gente con la que nos relacionamos.
Como es tan fácil añadir amigos o borrarlos, no se necesitan mayores habilidades sociales, al menos no como cuando estamos en la calle, en la escuela o en el centro de trabajo y uno está obligado a interactuar con el otro frente a frente y tiene que enfrentarse a las dificultades de la comunicación e involucrarse en un diálogo, que no necesariamente significa hablar con gente que piensa lo mismo que uno.
Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es muy fácil evitar la controversia y por eso mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en zonas de confort, como le llama Zygmunt Bauman, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara.
Es por eso que Cambridge Analytica durante la campaña presidencial de Donald Trump, elaboró 175 000 variantes de un mismo mensaje que se adaptara como un guante a cada segmento estratificado de las audiencias en Facebook y por eso, este escenario hoy permite reproducir a niveles insospechados lo que plantea la teoría de “la espiral del silencio”, que desarrolló la alemana Elisabeth Noelle-Neumann y que explica por qué los individuos adaptan su comportamiento a las actitudes predominantes sobre lo que es aceptable y lo que no. En fin.
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