Casi siempre hablamos de los mártires cómo héroes con todo lo que implica: maniobras, sacrificios personales, fechas históricas, epítetos, tarjas y monumentos. Debe ser por esa razón que reproducimos, en efecto, la versión que hemos recibido a través de otros de su personalidad, o mejor, de una parte de su personalidad.
Cuando se habla de José Martí, las personas lo asocian con su inigualable oratoria, su prolífica carrera como escritor, su habilidad y persistencia para crear una revolución en Cuba, entre muchos otros sacrificios; generalmente, destacan lo que ha quedado para la Historia y, a veces, pasan por alto facetas desconocidas.
Admito que es complejo separarse del “ideal de héroe” y ver más allá; porque, lamentablemente, hemos olvidado que ellos fueron hombres con problemas, amores, insatisfacciones y, también, vicios.
Sobre esto último, investigadores de la vida de Martí, como la holguinera María Julia Guerra, relatan que desde muy joven tomaba mucho café.
La periodista explica que José Martí a los 16 años, dentro de la cárcel, escribe a su madre: “estoy preso, pero nada me hace falta, sino es de cuando en cuando dos o tres reales para tomar café. Sin embargo, cuando se pasa uno sin ver a su familia ni a ninguno de los que quiere, bien puede pasarse un día sin tomar café”.
Resulta llamativa además su afición al café que, en carta a su amigo Manuel Mercado, solicita que “arregle una finquita de café” para cultivar este producto junto a él. De esta manera, el Héroe Nacional de Cuba dice:
En cuanto a mí, de poder hacerlo, me encerraría a arar la soledad acompañado de mi mujer, de mis pensamientos, de libros y papeles. El cafetal me seduce, y pienso que debe usted llenar de esta clase de pensamientos, durante algunas noches, su almohada. Si saberlo tomar fuera como saberlo cultivar, usted y yo seríamos excelentes cafeteros.
María Julia argumenta que muy variados fueron los epítetos atribuidos por Martí al café: el don de América, la esencia de la vida, el padre del verso.
Y resulta aún más curioso que hasta los diferenció por países, catalogando el de Venezuela como “el vivificador y fragante que tal parece que hierve una oda en cada taza”, al mexicano: “el haschisch de América, que hace bailar en la cabeza de los cristianos a las huríes de Mahoma, que enardece la sangre, anima la pasión, aleja el sueño, inquietísimo salta en las venas, hace llama y aroma en el cerebro, y lleva a soñar y no embrutece”.
Igualmente, al referirse al de Guatemala, expresa:
El café me enardece y alegra, fuego suave, sin llama ni ardor, aviva y acelera toda la ágil sangre de mis venas. El café tiene un misterioso comercio con el alma: dispone los miembros a la batalla y a la carrera limpia de humanidades en el espíritu; aguza y adereza las potencias; ilumina las profundidades inferiores; y las envía en fogosos y preciosos conceptos a los labios; dispone el alma a la recepción de misteriosos visitantes y a tanta audacia, grandeza y maravilla.
Es preciso señalar también que, en un ejemplar de Versos Sencillos regalado a Ulplano Dellundé, dejó Martí, en la dedicatoria, otro testimonio acerca del café:
No hay pena cual la de amar
A un pueblo solo y cautivo, que vive clavado vivo,
A lo lejos de la mar:
¡Ni sé de alivio mayor
Al corazón que se abrasa,
Que el sol y el café en la casa
De la amistad y el amor!
Resulta relevante resaltar ante situaciones adversas, Martí debió sustituir el café por otras bebidas, como es el caso del viaje que realizara desde Playitas hasta Dos Ríos, cuando lo sustituyó por el “Cuba Libre”, mezcla de miel y agua, y el “Rabo de mono”, cocimiento de hojas de naranja.
Incluso se asocia el café a una de las hipótesis de su muerte. Y es que Martí, al pasar sus últimos días en un lugar despoblado cerca del cruce de Cauto y Contramaestre, probablemente hacía muchos días que no tomaba café.
El propio Máximo Gómez relataría sobre la tragedia de Dos Ríos: “Un isleño a quien mandaba al pueblo a tomar café, me traicionó y dio cuenta a Sandoval de que yo me encontraba allí esperándolo”.
Sin embargo, el general español Juan Salcedo, apoyándose en el informe de Sandoval da una nueva versión de los hechos:
Martí y Gómez, al frente de 800 hombres, acamparon en Dos Ríos. Los cabecillas quisieron correr una aventura; se destacaron de las fuerzas que mandaban y fueron a una lechería a tomar leche. Ya en dicho sitio le preguntó Martí a un hombre: “¿Te atreves a ir a las Ventas de Casanova a traerme café?”. Y este le respondió: “Presidente, la empresa es muy arriesgada, andan por ahí las tropas y caeré en su poder”. Pero Martí le dijo: “Uno solo no inspira recelo”. Y salió a cumplir el encargo.
Este hombre era Carlos Chacón, que cayó en manos del enemigo y, según el propio Salcedo, “cantó de plano”. Por su parte, Gerardo Castellanos, historiador cubano, luego de consultar diversas fuentes, escribió en 1937: “Martí le había dado a Chacón una esqueta de su puño y letra en la que pedía comestibles y ropa, y para pagar los gastos le entregó cuatro monedas de oro y otras de plata”.
Castellanos afirma, además, que Chacón, con su esqueta y el delator oro, fue el pequeño detalle que produjo la conflagración. “El pobre guajiro parecía ir en sencilla misión, y resultó ser el hilo de Ariadna para los españoles”, concluye.
Casualmente, en días cercanos a su muerte, Martí escribiría en su diario: “Del café hablamos, y de los granos que lo sustituyen”, al tiempo que, según plasma, traía “Valentín un jarro hervido, en dulce, con hojas de higo”.
Reblogueó esto en La Covacha Roja.