Por: Gabriela Alejandra
En un momento de meditación me dispuse a escribir estas líneas, porque creo que mis pensamientos se asemejan a los de otras madres cubanas.
Comienza un nuevo curso y mi nena ya está en 3er grado, se enfrenta a nuevos desafíos, repletos de aprendizajes y experiencias.
Días antes inician los preparativos, la búsqueda del uniforme y su arreglo, la recogida de materiales y libros, sin tener que pagar un centavo por ellos. Reconozco que luego de unas intensas y “extensas” vacaciones, para mí inicia un período de mayor tranquilidad y en el que me siento más confiada, y hasta podría llegar a considerar la palabra “relajada”.
¿Por qué? Mi niña estará de 7:30 am a 4:30 pm segura, bien cuidada y entretenida en su aula, en su escuela y bajo la guía de una excelente maestra. Mientras tanto, yo podré entregarme con mayor dedicación y concentración a mi trabajo. Además, no tengo que preocuparme de que alguien la pueda agredir con un arma blanca o de fuego como ya es costumbre ver en otras partes del mundo, principalmente en Estados Unidos.
Esto se debe a que tengo la suerte de vivir en Cuba, mi isla bella, y de poder criar a mis hijos en tiempos donde la educación es una fortaleza, uno de sus mayores logros.
Hay quienes critican y tienden a generalizar o magnificar algún evento negativo o situación, casi siempre con el objetivo de denigrar todo el esfuerzo de nuestro Gobierno revolucionario y nuestros dirigentes por brindar una educación gratuita y con calidad para todos, sin importar ideologías. Lo interesante de esto es que cuando miramos las historias de algunas o la mayoría de estas personas mal intencionadas, muchas estudiaron en nuestras escuelas, sus hijos, sobrinos o nietos, estudian hoy en nuestras escuelas, y el nivel de preparación que pudieran tener, profesional o no, se debe en gran medida a su tránsito por todos los niveles de enseñanza de nuestro país.
Mucho se ha hecho, todavía quedan cosas por hacer, por mejorar, no soy ciega, pero cuando la veo, a mi nena, vestida con su uniforme y su pañoleta, con todos los materiales que le entregaron gratis, con su alegría por reencontrarse con sus amigos, por aprender, participar, jugar, bailar, actuar, e insisto nuevamente, segura, protegida, cuidada… todo eso… todas esas cosas… no tienen comparación, no tienen precio.
Soy una madre feliz y agradecida de poder criar y educar a mi hija en mi isla bella.