Comienza un nuevo período docente, durante el cual estudiantes y profesores volverán a hacer del aula escenario idóneo para el aprendizaje integral, y en ese esfuerzo será preciso nuevamente el aporte de la comunidad, y muy en especial, de la familia.
Algunas personas piensan aún que la educación de sus hijos solo involucra a la escuela, pero esa, sin dudas, debe ser una labor conjunta entre el centro educativo y la familia, que si no se realiza de manera correcta trae consecuencias negativas en el transcurso de la vida.
De nada vale que el centro educacional inculque desde las primeras edades el hábito de estudiar, los buenos modales, los saludos, entre otras normas, si cuando los alumnos llegan a la casa o al barrio no se les exige la realización de las tareas, trabajos independientes, el cuidado de los libros, o ven en los mayores formas de actuar ajenas a esos patrones.
Es preciso acudir periódicamente a la escuela para estar al tanto de los resultados de los educandos, asistir a las reuniones de padres, y mantener la comunicación con los profesores.
Según especialistas, la incomunicación entre padres y maestros y el insuficiente seguimiento desde el hogar a la conducta de los retoños, se reflejan luego en problemas como las dificultades en el aprendizaje y el comportamiento, las llegadas tarde a la escuela, e indisciplinas por parte de los chicos.
La escuela se perfecciona y ajusta sus estrategias acordes con las exigencias de una sociedad en constante transformación y donde abundan las influencias externas; las familias deben conocer y contribuir con el cumplimiento de las orientaciones de maestros y especialistas.
Por ejemplo, el III Perfeccionamiento del Ministerio de Educación está sustentado en muchos de los contenidos de los anteriores procesos, efectuados en 1975 y 1987, respectivamente.
En ese tercer Perfeccionamiento los alumnos, docentes y familiares desempeñan un rol fundamental para que la escuela se convierta en el centro cultural más importante de la comunidad.
De igual forma, participan las organizaciones políticas y de masas, las cuales- junto al seno familiar- planifican las actividades a desarrollar en las instituciones docentes y luego poseen la posibilidad de evaluarlas, según las nuevas formas de trabajo.
La educación cubana mantiene su carácter masivo, equitativo y popular que ha adquirido un desarrollo extraordinario para acompañar a las familias en la instrucción de los pinos nuevos.
Ajustar todos los mecanismos tiene que ocupar y preocupar a las familias y a la escuela en igual proporción, de ahí que comunicación, entendimiento y sistematicidad se conviertan en premisas esenciales a potenciar por cada parte.
Urge comprender que los planteles, devenidos segundas casas de los estudiantes, ayudan a aportar a la sociedad ciudadanos activos, útiles y capaces de continuar la obra de sus padres.
Ambas instituciones, escuela y familia, deben ser referentes y su faena seguir una misma línea que conduzca hacia el desarrollo normas de conducta, patrones de actuación, y valores éticos y humanos.
Todo ello les permitirá a los futuros mayores de edad enfrentar la vida, construir el modo específico de convivir consigo mismo, y con las personas que le rodean y crear también sus hogares.