Lo que cuentan mis abuelos… #DíaInternacionaldelaInfancia #TenemosMemoria

Por @Gabrieldcuba

En una barbería me vanaglorio de lo bien pelado que quedó mi niño al empelar la tijera, por los cuidados que hay que tener con los pequeños de casa por la covid-19; como es habitual no faltó la opinión de un cubano entrado en canas y su interesante historia.

Papá pelaba a sus hijos, en el campo donde vivíamos. En aquellos años un barbero visitaba los hogares y ofrecía los servicios por 20 centavos y aunque el precio parecía barato, era un lujo que no nos podíamos dar antes de 1959.

“Terminé el sexto grado por insistencia. Destacar que en 4to grado la cabeza de familia consideró que sabía bastante y podía trabajar por dinero. Desde pequeños mis hermanos y yo laborábamos junto a él en el campo.

“A tanto insistir y con previo acuerdo con el terrateniente, me levantaba bien temprano y ordeñaba las vacas. Al terminar con estas actividades corría para la escuela y de regreso me reincorporaba de nuevo a la faena. Me ocupaba de esas labores todos los días de la semana y según las horas contabilizadas por el capataz, ganaba los meses buenos 16 pesos y los malos solían rondar los 12.

“No pasábamos hambre por las siembras realizadas de viandas y hortalizas, en las tierras del latifundista. En esta etapa el sistema de pago, que era por demás injusto, dictaba que al campesino le correspondía 1/3 de lo cosechado. El encargado de cobrar llegaba al boniatal, sacaba dos o tres matas en distintos lugares y según la productividad calculaba los quintales que le tocaban o seleccionada cuantos surcos le correspondían. ¡Había que andar al hilo porque podía venir en la noche y «cosechar» el campo completo y te quedabas sin nada ante el supuesto robo!”

Tal relato despertó mi curiosidad de joven nacido en tiempos de bloqueo, en parte en represalia por las propiedades confiscadas a empresas yanquis y aquí les muestro algunos datos.

Una de las ediciones de la revista Bohemia del año 1949 describe que el número de niños en edad escolar que no aparecen matriculados en las escuelas del país, asciende a Un millón 18 mil 410, que de no rescatarse de inmediato irán a engrosar la cifra de analfabetos.

“No se invierten los fondos de las escuelas públicas. Las escuelas son insuficientes, en los campos faltan más de 7 mil aulas. Las escuelas carecen de materiales, libros, muebles y otros recursos necesarios…

“Hay una gran desproporción entre los alumnos que matriculan en primer grado y los que terminan en sexto, y en la población escolar se nota marcada subalimentación y salud precaria, lo que determina con frecuencia la deserción de las aulas”. Hasta aquí el comentario de Bohemia.

Una encuesta realizada por la Agrupación Católica Universitaria con el propósito de conocer las condiciones de vida en las zonas rurales del país, demostró el escaso impacto de esa política en la economía cubana a la altura de los años 56-57.

De acuerdo con sus resultados, el problema de la población rural seguía siendo muy grave, porque el 91 % de los trabajadores agrícolas estaban desnutridos; el 73,46 % aspiraba a fuentes de trabajo, y el 18 % pedía escuelas. Entre los jefes de familia, el 43 % eran analfabetos.

En cuanto a sus viviendas, el 0,80 % eran de mampostería, tejas y cemento; el 7,37 %, de tejas y madera; el 19,49 %, de madera, guano y cemento; el 60,35 %, de madera, guano y tierra, y solo el 7,26 % disponía de alumbrado eléctrico; el 63,96 % no tenía inodoro ni letrina, y el 82,62 % carecía de baño o ducha.

La plataforma cubana Ecured aporta que el 85 % de los pequeños agricultores cubanos pagaban renta y vivía bajo la perenne amenaza del desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas estaba en manos extranjeras. Existían 200 000 familias campesinas que no tenían ni un pedazo de tierra para sembrar y, en cambio permanecían sin cultivar, en manos de grandes latifundistas, 300 000 caballerías de tierras productivas.

El abuelo que nos ilustra con su historia después del 1959, se esforzó y alcanzó su sueño de ser universitario; ¿cuánta memoria histórica poseen nuestros longevos? y ¿cuán necesitados estamos sus nietos de sus memorias? Son tiempos donde no podemos olvidar de dónde venimos y hacia donde queremos ir.

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