
Elegir no es algo fácil. Desde cualquier punto que se mire conlleva siempre un elevado grado de seguridad, firmeza, madurez y determinación. Implica confianza en nosotros mismos, para asumir los retos que llegarán hasta nosotros, en dependencia del camino que finalmente marcamos como nuestro.
No es algo de un día. Casi siempre es un proceso largo, complejo, donde cada vivencia deviene aprendizaje y cada aprendizaje perfila el destino final de nuestros pasos, hasta que lo tenemos tan claro, que no existe fuerza capaz de disuadirnos. De eso, en gran parte, se trata la voluntad de las personas, de los pueblos.
Porque esa batalla librada al interior de nuestra conciencia se asume desde dos ámbitos, el individual, donde los sentimientos, emociones y deseos se convierten en nuestro principal bastión de defensa, y el colectivo, donde el «yo» se transforma en «nosotros».
Llegar hasta ese punto implica un nivel de desprendimiento y sensibilidad humana capaz de sobreponerse al egoísmo, casi intrínseco, de esta especie imperfecta.
Y sí, hay mucha humanidad que se pierde en ese punto de inflexión donde los retos del presente exacerban un instinto de supervivencia que desconoce los caminos de la solidaridad y el respeto mutuo, pero hay otros que se niegan a esa renuncia y reconocen que nadie es más fuerte estando solo.
Cuando un ser humano entiende eso es capaz de romper muchas barreras, cuando todo un pueblo lo entiende, es prácticamente invencible. El cubano es de esos pueblos, y esa certeza nació de una elección, de sueños entrelazados por el más enaltecedor de los estados del ser: la libertad.
Fue ese, y no otro, el camino que con firmeza nos marcamos, y fue también el más difícil, porque quien elige el yugo: hace de manso buey y como presta servicio a los señores, duerme en paja caliente y tiene rica y ancha avena; pero nosotros abrazamos la estrella, esa que ilumina y mata, pero merecedora de la sangre valerosa que ha sido necesaria para conquistarla.
La abrazamos porque no nacimos para ser esclavos, porque nos sabemos capaces de conducir el devenir de nuestra tierra, de hacerla florecer aun en las condiciones más adversas.
Llevar luz despierta la rabia de quienes se han condenado a la oscuridad, porque también eligieron su camino, pero para doblegar, herir y aplastar voluntades y esperanzas; aquellos que no entienden nuestra negativa a aceptar el yugo que ofrecen, y reinventan con saña la manera de apagarnos nuestra luz, sobre todo, porque hace mucho que dejó de ser solo nuestra y es un faro para el mundo.
Mientras ellos intentan cortarnos las alas, nos empeñamos en volar; mientras idean terremotos de violencia, hacemos crecer nuestras raíces y mantenemos incólume la paz; mientras ellos se desgastan en campañas de mentiras, nosotros, incorregibles necios, no nos cansamos de hacer valer nuestra verdad.
Porque si algo hemos aprendido, en tantos años de mirarlos cara a cara, es que hasta los abismos más profundos pueden franquearse con puentes de amor.
Hace mucho, mucho tiempo, decidimos, y nuestra elección fue correcta y fue justa y es por lo tanto irreversible. Su odio nos ha hecho más fuertes y seguros de que nada podrá arrebatarnos nuestra estrella.