Mis viejos y mi Revolución. #SomosContinuidad

Por Félix Edmundo Díaz*@feddefe1917

Es el segundo fin de año que amanezco sin el viejo y el primero en el que me falta la vieja, son dos personas que marcaron profundamente mi formación.

Ella era una guajirita, nacida en una finca ubicada entre Purial de Vicana y Santa María (no sé si esta última ya aparece en el mapa), que, casi en sus 21, vino para La Habana en 1959 e inmediatamente se incorporó, desde su creación, a Obras Marítimas a trabajar con Luis Crespo Castro, también conocido por “El Guajiro Crespo”.

La juventud de ella y su 9no grado “equilibraron” la comunicación con un analfabeto, cuya mejor “educación” fueran la valentía y fidelidad que le hicieron merecedor de los grados de Comandante, los que lucía junto con una barba, de la que contaba haber sido el primero en dejarla crecer y que solo sería rasurada cuando Fidel se afeitara la suya. Me cuentan y recuerdo llamarlo siempre Padrino y cuando me tomaba de la mano para salir a algún lugar siempre nos presentaba de una manera particular, diciendo: “yo soy su Padrino sin bautizar”; “El Guajiro Crespo” murió y fue enterrado con su barba.

Mi padre nació en La Habana, hijo de gallego y asturiana, en una familia muy humilde, por lo que solo alcanzó el 3er grado y hubo de ponerse a trabajar como “botones” de un Nigth Club en O y 23, Vedado y, después, del Misiones Club, por una comida y la propina de abrir y cerrar las puertas de los autos.

No sé cuanto habría de cierto, pero muchas veces lo escuché decir que se había hecho revolucionario porque “no cortaba caña ni pa’su madre”, aunque años después participara en la zafra del 70 y en “Cordón de La Habana.

Ingresó a la clandestinidad en enero de 1957 y se alzó en julio de 1958, cuando estaba más “quema’o” que un chicharrón pasado de candela.

Regresó a La Habana en enero de 1959, también casi en sus 21, pensando que la Revolución ya estaba hecha y, un par de meses más tarde junto a un buen halón de orejas, lo devolvieron a la obra de acompañar al pueblo en la defensa de la Revolución.

Faltan muchas líneas sobre lo que hicieron en todos estos años y es la primera vez que escribo de ellos, quizá, la última, porque es más fácil recordarlos y mencionarlos, que teclear sobre la pantalla empañada de un móvil, pero la línea obligada, la que no puede faltar, es la de señalar que ninguno de los dos rehusó jamás una tarea y siguieron fieles a Fidel, al pueblo y a sus ideales hasta la muerte.

Este es mi mejor recuerdo, junto al amor que nos profesaron a mi hermano y a mi, a nuestras familias y especialmente a nuestros hijos, sus nietos, hasta el último de sus días.

Soy uno de los millones de dichosos que nacieron con “una hoja de ruta” marcada, por lo que desviar el trayecto no es una opción y sí sería traicionarlos a ellos dos y a los cientos de miles que, desde 1868, abonaron con su sangre y sudor el camino que hoy transitamos.

Vivo convencido y es lo que he trasmitido a mis hijos, y trasmitiré a mis nietos, que el precio que nuestro pueblo ha pagado por su Revolución es muy alto, pero el costo de tratar de arrebatárnosla será incalculable.

Para mis viejos todos los besos del mundo, para mis amig@s el abrazo fiel de un cubano.

*Editor de La Mala Palabra.

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3 respuestas a Mis viejos y mi Revolución. #SomosContinuidad

  1. Enildo dijo:

    Pienso y lucho como Usted. Adelante!

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